
Fuente: exonline.com.mx
Por: Alfonso López
Un paro respiratorio, provocado por un vómito debido a un malestar estomacal, acabó con la vida del gran torero tapatíoManuel Capetillo Villaseñor murió ayer, a los 83 años, en Chacala, Nayarit, al atragantarse con un vómito debido a un malestar estomacal, así que se ha ido un grande muy grande del toreo mexicano.
Nacido en Ixtlahuacán de los Membrillos, cerca de Guadalajara, salió de sobresaliente en la Perla en 1947 y ese fue el inicio de su carrera hacia la fama.
Debutó en la México en 1948 y, por su sentimiento y hondura, fue uno de aquellos sensacionales “Tres Mosqueteros” y tanto él como el temerario aguascalentense Rafael Rodríguez y el sabio leonés Jesús Córdoba llenaron el coso, junto con un “D’Artagnán”, el valentísimo hidalguense Paco Ortiz.
Matador el 25 de diciembre de 1948, con Procuna de padrino y Rafael como testigo, su segundo, Calle Bajan, también de la Punta, le atravesó el muslo izquierdo, en una de las diez cornadas de su brillantísima carrera, dos de ellas por poco mortales, una en Albacete y la de Camisero, de Zotoluca, en la México, ésta con perforación de la pleura.
Las faenas que lo emocionaron hasta el llanto fueron la de Tabachín de Valparaíso en la México y la de Siete Leguas en Guadalajara.
A España fue en 1951, 1952 y 1963, para unas 42 corridas y, con su gran sentido del humor, un día dijo: “Si no es por una película que filmé allá, no hubiera salido en hombros nunca de la plaza de Madrid”.
El cronista Alfonso de Icaza lo consideró “el mejor muletero del mundo”, lo cual causó polémicas y amerita una precisión: si se considera sólo la dimensión, la hondura y el ritmo al dar pases, Manuel sí fue entonces “el mejor muletero del mundo”.
Su última corrida fue en Villahermosa en 1981, con sus hijos matadores, Manuel, a quien considero “un reflejo de lo que fui yo, pero más afinado”, y Guillermo, a quien calificó como “singular y diferente”, pero un sueño nunca se le cumplió: alternar con ellos en la México.
Hombre sensible como el que más, charro de los de a de veras, muy bueno para tocar la guitarra y cantar, magnífico conservador, inspirado poeta y compositor, actor de cine, inventor de un sistema relacionado con el agua y la circulación sanguínea formidable para no deteriorarse tanto con el paso de los años, en fin, que era un personaje fuera de serie en verdad.
Además, siempre en línea, explicó eso así: “Tengo unos trajes de charro que me quedan bien desde hace 50 años y, si engordo, ya no me vendrían y, como cada vez se están poniendo más caros, por eso la esbeltez”.
El soneto
Manuel Capetillo. Quizá no fueras el mejor del mundo, si se incluye en torear con la muleta el dominio de un animal que aprieta, pero, ¡caray!, cómo era de profundo, qué maravilla de dorada veta, qué largo, cuán hermoso y qué rotundo, tanto que al alabarte me confundo y quisiera yo ser de verdad poeta, era tu modo de dar cada pase, tu manera de acompañar al toro; y es que, cuando se siente lo que se hace, resulta lógico que estalle un coro de “¡Capeto, torero!”, sol que nace, por triunfador en el taurino foro.
Un paro respiratorio, provocado por un vómito debido a un malestar estomacal, acabó con la vida del gran torero tapatíoManuel Capetillo Villaseñor murió ayer, a los 83 años, en Chacala, Nayarit, al atragantarse con un vómito debido a un malestar estomacal, así que se ha ido un grande muy grande del toreo mexicano.
Nacido en Ixtlahuacán de los Membrillos, cerca de Guadalajara, salió de sobresaliente en la Perla en 1947 y ese fue el inicio de su carrera hacia la fama.
Debutó en la México en 1948 y, por su sentimiento y hondura, fue uno de aquellos sensacionales “Tres Mosqueteros” y tanto él como el temerario aguascalentense Rafael Rodríguez y el sabio leonés Jesús Córdoba llenaron el coso, junto con un “D’Artagnán”, el valentísimo hidalguense Paco Ortiz.
Matador el 25 de diciembre de 1948, con Procuna de padrino y Rafael como testigo, su segundo, Calle Bajan, también de la Punta, le atravesó el muslo izquierdo, en una de las diez cornadas de su brillantísima carrera, dos de ellas por poco mortales, una en Albacete y la de Camisero, de Zotoluca, en la México, ésta con perforación de la pleura.
Las faenas que lo emocionaron hasta el llanto fueron la de Tabachín de Valparaíso en la México y la de Siete Leguas en Guadalajara.
A España fue en 1951, 1952 y 1963, para unas 42 corridas y, con su gran sentido del humor, un día dijo: “Si no es por una película que filmé allá, no hubiera salido en hombros nunca de la plaza de Madrid”.
El cronista Alfonso de Icaza lo consideró “el mejor muletero del mundo”, lo cual causó polémicas y amerita una precisión: si se considera sólo la dimensión, la hondura y el ritmo al dar pases, Manuel sí fue entonces “el mejor muletero del mundo”.
Su última corrida fue en Villahermosa en 1981, con sus hijos matadores, Manuel, a quien considero “un reflejo de lo que fui yo, pero más afinado”, y Guillermo, a quien calificó como “singular y diferente”, pero un sueño nunca se le cumplió: alternar con ellos en la México.
Hombre sensible como el que más, charro de los de a de veras, muy bueno para tocar la guitarra y cantar, magnífico conservador, inspirado poeta y compositor, actor de cine, inventor de un sistema relacionado con el agua y la circulación sanguínea formidable para no deteriorarse tanto con el paso de los Un paro respiratorio, provocado por un vómito debido a un malestar estomacal, acabó con la vida del gran torero tapatíoManuel Capetillo Villaseñor murió ayer, a los 83 años, en Chacala, Nayarit, al atragantarse con un vómito debido a un malestar estomacal, así que se ha ido un grande muy grande del toreo mexicano.
Nacido en Ixtlahuacán de los Membrillos, cerca de Guadalajara, salió de sobresaliente en la Perla en 1947 y ese fue el inicio de su carrera hacia la fama.
Debutó en la México en 1948 y, por su sentimiento y hondura, fue uno de aquellos sensacionales “Tres Mosqueteros” y tanto él como el temerario aguascalentense Rafael Rodríguez y el sabio leonés Jesús Córdoba llenaron el coso, junto con un “D’Artagnán”, el valentísimo hidalguense Paco Ortiz.
Matador el 25 de diciembre de 1948, con Procuna de padrino y Rafael como testigo, su segundo, Calle Bajan, también de la Punta, le atravesó el muslo izquierdo, en una de las diez cornadas de su brillantísima carrera, dos de ellas por poco mortales, una en Albacete y la de Camisero, de Zotoluca, en la México, ésta con perforación de la pleura.
Las faenas que lo emocionaron hasta el llanto fueron la de Tabachín de Valparaíso en la México y la de Siete Leguas en Guadalajara.
A España fue en 1951, 1952 y 1963, para unas 42 corridas y, con su gran sentido del humor, un día dijo: “Si no es por una película que filmé allá, no hubiera salido en hombros nunca de la plaza de Madrid”.
El cronista Alfonso de Icaza lo consideró “el mejor muletero del mundo”, lo cual causó polémicas y amerita una precisión: si se considera sólo la dimensión, la hondura y el ritmo al dar pases, Manuel sí fue entonces “el mejor muletero del mundo”.
Su última corrida fue en Villahermosa en 1981, con sus hijos matadores, Manuel, a quien considero “un reflejo de lo que fui yo, pero más afinado”, y Guillermo, a quien calificó como “singular y diferente”, pero un sueño nunca se le cumplió: alternar con ellos en la México.
Hombre sensible como el que más, charro de los de a de veras, muy bueno para tocar la guitarra y cantar, magnífico conservador, inspirado poeta y compositor, actor de cine, inventor de un sistema relacionado con el agua y la circulación sanguínea formidable para no deteriorarse tanto con el paso de los años, en fin, que era un personaje fuera de serie en verdad.
Además, siempre en línea, explicó eso así: “Tengo unos trajes de charro que me quedan bien desde hace 50 años y, si engordo, ya no me vendrían y, como cada vez se están poniendo más caros, por eso la esbeltez”.
El soneto
Manuel Capetillo. Quizá no fueras el mejor del mundo, si se incluye en torear con la muleta el dominio de un animal que aprieta, pero, ¡caray!, cómo era de profundo, qué maravilla de dorada veta, qué largo, cuán hermoso y qué rotundo, tanto que al alabarte me confundo y quisiera yo ser de verdad poeta, era tu modo de dar cada pase, tu manera de acompañar al toro; y es que, cuando se siente lo que se hace, resulta lógico que estalle un coro de “¡Capeto, torero!”, sol que nace, por triunfador en el taurino foro.
Un paro respiratorio, provocado por un vómito debido a un malestar estomacal, acabó con la vida del gran torero tapatíoManuel Capetillo Villaseñor murió ayer, a los 83 años, en Chacala, Nayarit, al atragantarse con un vómito debido a un malestar estomacal, así que se ha ido un grande muy grande del toreo mexicano.
Nacido en Ixtlahuacán de los Membrillos, cerca de Guadalajara, salió de sobresaliente en la Perla en 1947 y ese fue el inicio de su carrera hacia la fama.
Debutó en la México en 1948 y, por su sentimiento y hondura, fue uno de aquellos sensacionales “Tres Mosqueteros” y tanto él como el temerario aguascalentense Rafael Rodríguez y el sabio leonés Jesús Córdoba llenaron el coso, junto con un “D’Artagnán”, el valentísimo hidalguense Paco Ortiz.
Matador el 25 de diciembre de 1948, con Procuna de padrino y Rafael como testigo, su segundo, Calle Bajan, también de la Punta, le atravesó el muslo izquierdo, en una de las diez cornadas de su brillantísima carrera, dos de ellas por poco mortales, una en Albacete y la de Camisero, de Zotoluca, en la México, ésta con perforación de la pleura.
Las faenas que lo emocionaron hasta el llanto fueron la de Tabachín de Valparaíso en la México y la de Siete Leguas en Guadalajara.
A España fue en 1951, 1952 y 1963, para unas 42 corridas y, con su gran sentido del humor, un día dijo: “Si no es por una película que filmé allá, no hubiera salido en hombros nunca de la plaza de Madrid”.
El cronista Alfonso de Icaza lo consideró “el mejor muletero del mundo”, lo cual causó polémicas y amerita una precisión: si se considera sólo la dimensión, la hondura y el ritmo al dar pases, Manuel sí fue entonces “el mejor muletero del mundo”.
Su última corrida fue en Villahermosa en 1981, con sus hijos matadores, Manuel, a quien considero “un reflejo de lo que fui yo, pero más afinado”, y Guillermo, a quien calificó como “singular y diferente”, pero un sueño nunca se le cumplió: alternar con ellos en la México.
Hombre sensible como el que más, charro de los de a de veras, muy bueno para tocar la guitarra y cantar, magnífico conservador, inspirado poeta y compositor, actor de cine, inventor de un sistema relacionado con el agua y la circulación sanguínea formidable para no deteriorarse tanto con el paso de los años, en fin, que era un personaje fuera de serie en verdad.
Además, siempre en línea, explicó eso así: “Tengo unos trajes de charro que me quedan bien desde hace 50 años y, si engordo, ya no me vendrían y, como cada vez se están poniendo más caros, por eso la esbeltez”.
El soneto
Manuel Capetillo. Quizá no fueras el mejor del mundo, si se incluye en torear con la muleta el dominio de un animal que aprieta, pero, ¡caray!, cómo era de profundo, qué maravilla de dorada veta, qué largo, cuán hermoso y qué rotundo, tanto que al alabarte me confundo y quisiera yo ser de verdad poeta, era tu modo de dar cada pase, tu manera de acompañar al toro; y es que, cuando se siente lo que se hace, resulta lógico que estalle un coro de “¡Capeto, torero!”, sol que nace, por triunfador en el taurino foro.