
Más de 15 millones de discos vendidos, clubes de fans que la adorarán por siempre, obras benéficas que cambiaron la vida de muchas personas. Una guerrera, una luchadora con unos ovarios que efectivamente -como dice ella- “¡le arrastran!” frases memorables, dichos únicos, canciones llegadoras y que ponen la piel de gallina hasta al más gallito. Aquella muchacha con la que abruptamente yo misma me presenté en los pasillos del Gibson de Los Angeles después de escucharla cantar una canción en el concierto de su hermano, Lupillo Rivera, y le dije que tenía que grabar un disco. Mujer de memoria larga y agradecida, cada vez que nos veíamos me volvía a sorprender, no sólo había logrado más éxitos, sino que había superado más situaciones difíciles y si había caído se habia vuelto a levantar. Siempre la admiré como artista desde la primera vez que la vi, porque ya era una artista, pero también la admiré como persona, ese ser humano que no se dejó vencer jamás, con la sensibilidad para llorar con una canción pero con las garras para defenderse como una fiera ella misma o a sus hijos o familia. Una mujer irrepetible, única.
En cada entrevista me daba exclusivas, respuestas pícaras o de risa, las dos somos del signo cáncer y ¡ah cómo vacilamos con el rapidín! Nunca enloqueció, nunca me trató diferente, al contrario, cada vez se estrechaba más la amistad y el cariño, cada vez conocía más a la persona y me impactaba su fortaleza ante las difíciles situaciones que afrontó como siempre, agarrando al toro por los cuernos.
Recuerdo cuando me invitó a La Arena por primera ocasión. No sólo la llenó en su totalidad sino que logró que mis paisanas, las mujeres regias que siempre han sido catalogadas como “muy recataditas” le aventaran brassieres al escenario y cuando ella preguntaba: “¿de quién es este brassiere m’hija?” la dueña del mismo se levantaba la blusa mostrando los senos. Aquello fue la locura, empezó una y siguió otra y otra y otra más. Y las bubis de todas ellas saliendo en las pantallas gigantes en La Arena Monterrey, que por cierto luego se hizo tremendo escándalo, pero como no dijeron que esa noche Jenni Rivera donó 500 mil dólares a nombre de sus 5 hijos a la ciudad de Monterrey ya que habían sufrido los embates de un huracán. Quien iba a pensar que justamente en esa ciudad daría su último concierto en ese mismo lugar, sólo que el 8 de diciembre el escenario fue central por lo que La Arena se llenó en su totalidad: 18 mil personas.
Muchas veces la vi en el Nokia de Los Angeles California y después nos echábamos el chal en el camerino, siempre sonriente, siempre atenta, siempre agradecida. Es una dama divina.
Recuerdo mucho los programas que hicimos de “Qué noche con la Chicuela” y aquella anécdota, antes de que fuera novia de Esteban de que ella misma se compró un anillo de compromiso, sí, un anillo de diamantes y se dijo: “Me comprometo conmigo, a amarme y a aceptarme como soy y no me lo voy a quitar hasta que llegue el hombre de mi vida”.
Esta fue la última foto que me tomé con mi adorada diva, con la dama divina, con la gran señora, con la gran amiga, con la mujer valiente que ya es leyenda desde el 9 de diciembre y para siempre y que como dijo Miguel Bosé, con quien tuvo gran química en La Voz México: “Dios se la llevó porque tenía que hacer cosas más importantes y más grandes”.
https://www.youtube.com/watch?v=nnGXHJCxqfQ
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